Mi dedo índice sangraba a chorros, lo extraño era que siempre fui diestro y , en esta ocasión, empuñaba el cuchillo con la mano izquierda y la tabla de picado estaba totalmente vacía como la cocina en general, eran las tres de la tarde, no sentía ni la más mínima sensación de hambre por lo que me encontraba desconcertado a cerca de mi presencia en esa estancia de la casa. Caminé por el largo pasillo que separaba la cocina de la habitación más cercana buscando alguna huella de mis pasos anteriores, alguna pista que hiciera funcionar el mecanismo de mi memoria , ¿Cómo llegué a la cocina? ¿Por qué manipulaba el cuchillo con la mano izquierda? Nada lograba suscitar mi recuerdo, por el contrario mis esfuerzos por recordar parecían agotarse en las orillas de un negro pantano.
De pronto sentí la tibieza de la sangre derramándose por mi pierna, fui a buscar el botiquín, alguna gaza y un poco de alcohol para frenar la hemorragia, sin embargo mi mente, quizá extraviada en la irregularidad de los hechos simples aunque sin explicación; no podía encontrar el baño. Entonces volví a la cocina como intentando orientarme en una inmensa selva virgen sin senderos, todo me era desconocido. Por lo pronto, para dejar de sangrar tomé un repasador que, después de lavar la herida, tomé lo usé a modo de vendaje.
Ahora sin molestia del corte sangrante me dediqué a recorrer mi casa al igual que un solitario delincuente que busca robar, nuevamente recorrí el pasillo que, en mi paso anterior, apenas había visto. Resultó que a ambos lados del corredor había puertas, las que intenté abrir a pesar de que estaban cerradas con llave. Todo esto me confundía ¿Puertas cerradas en mi propia casa? ¿Qué sucedía?
Avancé hasta el final del corredor donde se hallaba el living, que estaba a oscuras, digo que suponía que era el living debido a la poca claridad, prendí la luz y vi que había sangre en los sillones, el sofá, la mesa de té yacía patas arriba lejos de su lugar, supongo que antes de mi amnesia habría deambulado por la casa con mi dedo sangrante. Subí por las escaleras (que, aclaro, tampoco recordaba) y , nuevamente el rastro de sangre en los escalones me ponía los pelos de punta, arriba otras dos habitaciones cerradas en la penumbra, una voz y una luz encendida, grité para que, quien estuviera del otro lado me abriera, pero fue inútil, al parecer sólo era un televisor.
Era mi casa un verdadero laberinto en el que se escondías criaturas sin formas que chillaban agudos silencios en cárceles con fisonomía hogareña, ¿Cómo podía estar perdido en mi propio territorio? De la inquietud de mi espíritu comenzó a nacer un horror que revivía la hemorragia del corte y tornaba de un color fosforescente la sangre muerta en las paredes y en el suelo, hipoteticé que alguien habría entrado mientras dormía y habría intentado matarme, o tal vez yo mismo en un trance profundo pudiera entrar o, mejor dicho, salir a matar a algún pecado que me carcomía por dentro. Las luces de la planta alta se encendían y apagaban, parecían un perfecto escenario cinematográfico, en la última habitación de arriba la puerta estaba entreabierta, un enorme charco de lo que parecía orina emanaba sus hedores penetrantes, caminé despacio, abrí la puerta sin poder esquivar la orina que ahora era un mar, en la cama un cuerpo solitario y empapado; la poca luz del corredor no me dejaba apreciar su rostro, a medida que me acercaba el horror se transformaba en una paz profunda, el cuerpo al que en ese instante contemplaba yacía con su rostro irreconocible, la mandíbula rota estaba a la altura del pecho y los ojos no se encontraban en las cavidades, los oídos eran grandes huecos sin oreja. Una escena indescriptible, era como si algo o alguien hubiera salido huyendo de un cuerpo maldito o infecto.
Las lágrimas corrían por mi cara, aunque estas no eran de tristeza, extrañamente por alguna circunstancia del destino me encontraba en ese lugar con un cuerpo abandonado, un dedo mutilado pero en paz.
Autor: Lucas Zurschmitten.