domingo, 24 de febrero de 2013

EL OFICIO


        -“¡Su profesión!”- dijo el agente de policía.
 Y yo me quedé helada, sin embargo mi mente comenzó a trabajar…
    Pensé:
            Si digo lectora.  Puedo afirmar casi con seguridad que se echará a reír el serio agente de policía.
             Si digo escritora. El hombre me mirará raro, quizás me pregunte cuantos libros he publicado y hasta me felicite.
     -“Ama de casa”- le respondí y me entregó presuroso el certificado de supervivencia.

Autora: Adriana Comán


LA HUÍDA

    Mi dedo índice sangraba a chorros, lo extraño era que siempre fui diestro  y , en esta ocasión, empuñaba el  cuchillo con la mano izquierda y la tabla de picado estaba totalmente vacía como la cocina en general, eran las tres de la tarde, no sentía ni la más mínima sensación de hambre por lo que me encontraba desconcertado a cerca de mi presencia en esa estancia de la casa. Caminé por el largo pasillo que separaba la cocina de la habitación más cercana buscando alguna huella de mis pasos anteriores, alguna pista que hiciera funcionar el mecanismo de mi memoria , ¿Cómo llegué a la cocina? ¿Por qué manipulaba el cuchillo con la mano izquierda? Nada lograba suscitar mi recuerdo, por el contrario mis esfuerzos por recordar parecían agotarse en las orillas de un negro pantano.
   De pronto sentí la tibieza de la sangre derramándose por mi pierna, fui a buscar el botiquín, alguna gaza y un poco de alcohol para frenar la hemorragia, sin embargo mi mente, quizá extraviada en la irregularidad de los hechos simples aunque sin explicación; no podía encontrar el baño. Entonces volví a la cocina como intentando orientarme en una inmensa selva virgen sin senderos, todo me era desconocido. Por lo pronto, para dejar de sangrar tomé un repasador que, después de lavar la herida, tomé lo usé a modo de vendaje.
    Ahora sin molestia del corte sangrante me dediqué a recorrer mi casa al igual que un solitario delincuente que busca robar, nuevamente recorrí el pasillo que, en mi paso anterior, apenas había visto. Resultó que a ambos lados del corredor había puertas, las que intenté abrir  a pesar de que estaban cerradas con llave. Todo esto me confundía ¿Puertas cerradas en mi propia casa? ¿Qué sucedía?
     Avancé hasta el final del corredor donde se hallaba el living, que estaba a oscuras, digo que suponía que era el living debido a la poca claridad, prendí la luz y vi que había sangre en los sillones, el sofá, la mesa de té yacía patas arriba lejos de su lugar, supongo que antes de mi amnesia habría deambulado por la casa con mi dedo sangrante. Subí por las escaleras (que, aclaro, tampoco recordaba) y , nuevamente el rastro de sangre en los escalones me ponía los pelos de punta, arriba otras dos habitaciones cerradas en la penumbra, una voz y una luz encendida, grité para que, quien estuviera del otro lado me abriera, pero fue inútil, al parecer sólo era un televisor.
     Era mi casa un verdadero laberinto en el que se escondías criaturas sin formas que chillaban agudos silencios en cárceles con fisonomía hogareña, ¿Cómo podía estar perdido en mi propio territorio? De la inquietud de mi espíritu comenzó a nacer un horror que revivía la hemorragia del corte y tornaba de un color fosforescente la sangre muerta en las paredes y en el suelo, hipoteticé que alguien habría entrado mientras dormía y habría intentado matarme, o tal vez yo mismo en un trance profundo pudiera entrar o, mejor dicho, salir a matar a algún pecado que me carcomía por dentro. Las luces de la planta alta se encendían y apagaban, parecían un perfecto escenario cinematográfico, en la última habitación de arriba la puerta estaba entreabierta, un enorme charco de lo que parecía orina emanaba sus hedores penetrantes, caminé despacio, abrí la puerta sin poder esquivar la orina que ahora era un mar, en la cama un cuerpo solitario y empapado; la poca luz del corredor no me dejaba apreciar su rostro, a medida que me acercaba el horror se transformaba en una paz profunda, el cuerpo al que en ese instante contemplaba yacía con su rostro irreconocible, la mandíbula rota estaba a la altura del pecho y los ojos no se encontraban en las cavidades, los oídos eran grandes huecos sin oreja. Una escena indescriptible, era como si algo o alguien hubiera salido huyendo de un cuerpo maldito o infecto.
      Las lágrimas corrían por mi cara, aunque estas no eran de tristeza, extrañamente por alguna circunstancia del destino me encontraba en ese lugar con un cuerpo  abandonado, un dedo mutilado pero en paz.

                                          Autor: Lucas Zurschmitten.


   

EL HUMANO


Aves ocultas,
tiranas,
de un otoño  lejano.
Ese raro algo,
Cual nunca dejan mascaras reales.
Damisela, de  arrogante vuelo,
puñados de extraños túneles.
Sombrías caminatas
de góticos ancestros.
Puente de apertura,
lazos que tiran.
Inquietud de luz y putrefacto sentir.
Llamas,
que con  húmedo a ceniza de vida,
derretidas gritan.
Penal de literales infiernos,
masas que corren y golpean,
llegan  y  retuercen.
Punzantes,
Cuchillos que cortan viejos matices,
así,
metáforas que dibujan,
suelos flotantes,
llanos y agobiantes.
Impulsos  atorados,
bicho celestial,
agujeros tapados,
no se oyen los ruegos.
Piedad emotiva,
lagrimas de flores marchitas,
pasos acelerados.
El prodigo ha llegado,
el tiempo se ha detenido
y en el purgatorio
el dueño se ha transformado en humano.



                                Autora: Paola Guardo.


CARICIAS

Son las cuatro de la mañana, no puedo dormir, me muevo de un lado a otro en la cama, me levanto; tomo agua, los vecinos festejan algo, me doy cuenta por el volumen alto de la música. Yo festejo estar vivo, haber llegado hasta aquí, brindo tomando agua en un vaso de plástico. Hace un año sufría de insomnio, consulté médicos, leí revistas, hice todo lo posible, y siempre con resultado negativo. Llegaba como podía a la oficina del concejo, mi jefa de sección dejó pasar mi falta y me dijo:
 - ¡Ramírez! Una vez te perdono. Dos ya no. Vos sabes que tengo un superior vigilándome, así que te despiertas o te despierto a patadas-
 Consciente de la advertencia contesté:
-Sí señora Marcela. Le pido un café a Chavecito, bien cargado, y sigo-
Intenté compensar mi trabajo llegando temprano y haciendo horas extra, con la ilusión de que reconocerían mi tarea.No fue así. El insomnio me había vencido, llegaba todas las noches, me tenía encadenado. Como no podía descansar miraba televisión, escuchaba radio. En ocasiones armaba cajas con palitos de helados o limpiaba la casa, escuchaba las sirenas de la policía o de las ambulancias; oía disparos, indagaba el horóscopo, calculaba mi ascendente, hacia mil cosas, pero no podía cerrar los ojos. Otro mes así, ya me era imposible disimular. Tenia los ojos rojos por trasnochar. La situación se fue de las manos, mi jefa me echó. Era jueves, y yo en la calle, me desperté, veía los ómnibus, el puesto de diarios, el auto de la licenciada. Como pude me serené, pedí un café, aproveché para ir al parque a pensar qué hacer para tener dinero. Media hora pasó, miro por la ventana y lentamente el día comienza a manifestarse.¿Sabes?. En esas horas también revisaba algunos expedientes, hojeaba sorprendido y con bronca que había quienes tenían un cargo y cobraban por dos; como esas irregularidades pasaban contigua a la mía, y mis superiores hacían la vista gorda, que yo hablara significaba poco. Cuarenta y cinco minutos de la madrugada anuncia la radio que dejé encendida. Parpadeo, bostezo, estiro los brazos y anoto en un papel unas direcciones. Respiro, y lentamente abro la tapa a rosca de un frasco con aroma a flores que paso por mi nariz, puedo decir que ahora me voy a dormir. Camino por el living apagando las luces, voy por el pasillo al dormitorio y en esa oscuridad una mirada pálida me sorprende.Pensé que te habías quedado a dormir Malena, pero no eras vos. Tuve miedo, volví dos pasos atrás, puse mis manos en la pared. Esos ojos volvieron a mirarme más de cerca, diciéndome:
 -Dormirás tu sueño-
Y sus dedos acariciaron mi cara.
 -Dormirás tu sueño-
Y sus dedos acariciaron mi cara.

                                    Autor: Mauricio  González Faila




FANTASMA


Yo vivía en castillos, en teorías, en la profesión, y el amor era sólo una vaga esperanza.
Dime qué hago, qué digo ahora cuando el tiempo cercena mi libertad, cuando mi caballo le teme al nocturno rayo, cuando lo que me retenía ahora está de paso, cuando ella está y no está; cuando no hago más que derramar lágrimas, temblar una y mil veces al tallar las letras de su nombre.
Fluyo hacia mi muerte, desaparezco en el humo, soy ésta sombra que vaga por las calles de Santiago.

                                  Autor: Mauricio González Faila


UNA HISTORIA DE AMOR


¿Quién dice que en un circo no pueden surgir historias de amor fulminantes? ¿De esas que te hacen suspirar y llorar emocionados?
Cándida era la niña serpiente, la ictiosis la había convertido en una rara aberración y sus  padres horrorizados la dejaron al cuidado del circo a cambio de unos cuantos billetes. Nada de esto hizo de la niña una mujercita resentida, el ambiente en el que creció espantaba toda alusión a normalidad. Era una amorfa más entre anómalos, hasta que el hijo de la barbuda quiso formar parte de la gran familia. Era un niño perfecto. Tan idéntico a los de afuera que a veces costaba distinguirlo cuando se sentaba entre el público.
El amor surgió en cuenta gotas y cuando el recipiente estuvo a punto de rebalsar, se dejaron guiar por sus instintos.
Él la beso con pasión, intentando no prestar atención a la piel escamosa que le raspaba el rostro.
Ella se contorsionó a su alrededor admirando la belleza de su presa.
Jugaron por un tiempo.
Se empaparon de jugos casi como en una ceremonia de adobado y cuando las manos y las lenguas pidieron más se entregaron él uno al otro sin medir consecuencias, sin ahondar en sus historias, falencias o precedentes médicos.
La niña no era una simple serpiente...
Él la penetró con el ansia de un joven que intenta perforar su anatomía, su alma, su psiquis.
Ella lo aprisionó con las piernas y mientras se elevaba en un demoledor orgasmo lo rodeó con el cuerpo al grito de “mío”.
Cándida no era una simple serpiente, luego de este pequeño altercado descubrió que en realidad era una boa constrictor. Desencajó la mandíbula y lo tragó. Derramó una lagrimita cuando terminó de comérselo, un poquito por el amor perdido y otro por sentirse atragantada (nada que un vaso de agua no pudiese solucionar).
Tuvo que limarse la piel y jugar a ser normal (en el circo, luego de la desaparición del niño, ya no quisieron tenerla).
Cándida ahora usa cremas humectantes, nutritivas y descamantes.
Reniega de su normalidad.
Se come sólo a un hombre por semana.

                                                        Autora: Diana Beláustegui